Tuesday, January 18, 2011


Enero


Nada mas se abrieron las puertas del ascensor me encontré con ella. Ocupaba todo el centro como si las dimensiones de su cuerpo fueran enormes, se hizo a un lado para cederme un espacio invisible. Intercambiamos los saludos de rigor nada mas acomodarnos.

Su metro cincuenta estaba cubierto por un par de suéter, medias de nylon, zapatos cerrados, cómodos. Llevaba sujetos en la mano derecha unos libros que por los títulos advertí eran de religión. Recuerdo que mi primer pensamiento fue que en eso estaba el secreto de la longevidad, porque ella pisa los setenta largos y se ve estupenda, en hacer lo que nos apasiona, los que nos llena y entregarnos a eso.

No bien habíamos bajamos dos pisos me pregunto muy sonreída si yo no tenia frio, le devolví la sonrisa y le explique que a pesar de que el reloj no marcaba aun las siete mi día había comenzado lleno de actividad física hacia mucho tiempo, en medio de mi explicación comprendí el verdadero significado de lo que me estaba preguntando, yo vestía una blusa de algodón blanca algo transparente, volví a sonreír y le dije sin mas que en mi oficina me esperaba una chaqueta. Eso la reconforto.

Otras personas se incorporaron al ascensor en los pisos inferiores, pero ella solo intercambio un saludo corto, yo era el objeto de su total atención.

Una vez en la calle me pregunto donde trabajaba, y caminamos la acera hasta la avenida en una especie de concierto de pasos, yo trataba de recortar los míos y ella de hacer dos pasos con sus cortas piernas para llevar el ritmo.

De entre sus libritos saco un folleto todo dibujado y me explico que era testigo de Jehová, y si yo rezaba, no espero respuesta de ninguna de las preguntas que me hizo, y después de quedarme con solo media palabra de la segunda comprendí que lo único que necesitaba era que yo le escuchara, ni siquiera me resulto molesta su charla, en realidad parloteaba sin parar del significado del “Reino” (el de los cielos por supuesto) entre dos pasitos y su discurso suavecito inhalaba rápido y resoplaba el aire, parecía que respirar era una molestia, se concentraba en hablar y el ritmo de los pasos, frenéticamente. Alternaba de “Dios” a “Jehová” muy rápido en un afán de que comprendiera bien que ambos eran los mismos…

Yo seguía abocada a mi idea de buscar lo que nos apasiona trae beneficios, con su vivo ejemplo caminando a mi lado, en lo alegre de su relato y las pocas ganas que tenia de cambiarme mis creencias, estaba rendida a compartir las suyas. Ya había olvidado el hecho de que caminaba demasiado lento, había salido demasiado tarde de casa y todo lo demás.

Cuando llegamos a la Avenida, yo me cambie a su lado izquierdo, que es de donde venían los carros para ayudarla a cruzar, aunque pensé por un breve instante que quizás tomaría algún autobús, venia uno a una velocidad considerable y un camioncito cava junto a este, ella se despidió como si tuviese una prisa repentina, y se lanzo a cruzar la calle con sus pasos cortos mas apretados y rápidos. Casi no me dio tiempo a pensar, la alcance de dos zancadas blanca del susto, y la escolte hasta la acera entre los ruidos ensordecedores de las cornetas de los vehículos.

¿La asuste?_ me dijo con una sonrisa picara.

Me despedí de ella en esa esquina pero antes la reprendí cariñosamente, quería que me prometiera que no iba a volver a cruzar así, pero ella tenia guardada toda una teoría de los porque si.

La longevidad está en hacer aquella cosa que nos apasiona, sea lo que sea, en mantener una actitud positiva (¡Este Año! En lugar de ¡Un año mas!) y en el caso de ella, una vez que vi como cruzo la Avenida sin mirar, tener la bendición de un Ángel Guardián poderoso y a prueba de teorías de cómo cruzar calles…

*Silvia*


1 comment:

Oswaldo Aiffil said...

Personaje interesante es ella. Cada vida es diferente. Gracias por contarlo mi Silvia bella! Un beso!