Existen tres formas de llegar al Urológico San Román desde mi casa, al menos en mi plano personal de la ciudad, en eso me concentre la tarde de ese primero de Mayo cuando salí nuevamente con ese destino final. Una por la autopista vía Macaracuay, Rio de Janeiro, Chuao, Las Mercedes, Autopista Prados del este; otra directo por la autopista (ufff la que no me gusta) Chuao, las mercedes, autopista prados del este nuevamente, otra mas rebuscada, mas larga, mi preferida: Cota mil, La Castellana, El Country, Chacaito, Las Mercedes hasta el final… Me decidí por el primero y enseguida me arrepentí demasiado tráfico aun en feriado. Necesitaba dejar de pensar en todo lo vivido la última semana, necesitaba dejar de quemarme el olfato con la mezcla del antiséptico de terapia intensiva y el perfume de José Luis. El sol toco mi cara, antes de molestarme en los ojos, y por primera vez me sentí de vuelta, tantos días sin verlo de frente, sin sentirlo, viajando los mismos trayectos en la noche, a lo lejos el Ávila recortando con su silueta el cielo me costaba concentrarme en el verde que me rodeaba, reconocer la normalidad con que la vida había continuado afuera. Me sentí de regreso de un viaje al que no pedí ir, con el cuerpo entumecido por los días de ir y venir, por las noches que pase despertando a cada rato temblando de miedo a lo desconocido, de miedo al futuro, en el que no me permitía pensar ni tan siquiera soñar. Quería dejar de ver ese pulmón coloreado en rojo bailándome en cada pensamiento y los ojos grandes y perdidos en el rostro del José Luis de ahora. Del que despertó.
Entre la fila interminable de carros de la autopista, me llego la certeza de que ese futuro que el viernes anterior puse en manos de Dios, para que lo elaborara y lo soñara por mi, llegaba que él había puesto todo lo necesario en mi para afrontarlo.
No puedo decir que desaparecí por cinco días, aunque muchos de los que me rodearon creen que si, ni siquiera quiero darle el crédito a lo vivido de “lo mas difícil”. Después de morirme de miedo durante todo un día y una noche, me quede suspendida en el tiempo, esperando sin saber que, rezando. Me sorprende la resignación con la que esperaba, porque en realidad no hacia nada, llegaba temprano a la sala de espera junto a terapia, pendiente de la puerta que se estremecía abanicada por el paso del cambio de guardia, al principio rostros extraños que se me hicieron tan conocidos con el paso de los días, establecí una rutina, si yo la que las odia a muerte entendí que solo con un orden de acciones diarias conseguía darle algo de sentido al paso del tiempo, llevaba el bolso lleno de cosas, para acampar en las sillas negras, desayunaba lo mismo que me llevo al trabajo: un té y un sándwich de queso, buscaba un instante en el que pasar sin entorpecer las actividades de los enfermeros, para darle los buenos días a José, y contarle alguna trivialidad que estaba segura me escuchaba. Si no podía preguntaba por el sin pena al primero que pasaba “esta estable” recitaban sin la menor emoción. Los médicos lo tenían en el cartel de “Pronostico reservado”. Así que las dos frases eran frecuentes, una sola vez me atreví a preguntar “¿Estable como?” y la descripción de signos vitales controlados fue todo lo que recibí. Oraba. Luego comenzaban las llamadas y las visitas, repetía tantas veces la historia que ya no quería articular mas las mismas palabras, “ veras, el desde Semana Santa tenia un dolor…si fuimos al medico…si la placa dio algo en los pulmones…y ese examen…el TAC de contraste… después no podía respirar bien…estaba mejor esa mañana…y yo estaba en el centro de Caracas y me llamaron que no podía respirar bien…y no tiene suficiente capacidad pulmonar…los médicos no entienden como en su condición esta tan sano…al menos el resto de sus funciones están bien…¿Qué como estoy?...imagínate de un yeso por saltar un muro a esto en tantos años…”
El sábado, que cambio mi vida, insistí en verlo, la noche anterior no me dejaron, verlo dormido tal cual y como toma sus siestas, activaron todas las esperanzas en mi, incluso cada vez que los médicos me daban noticias de su estado “estable, siempre que siga en esas condiciones”, “no tiene pulmones para respirar por si solo”, preguntaba una y otra cosa hasta que conseguía algo de que aferrarme, cualquier mínima expresión que cambiara, cualquier pregunta que contestaran fuera de su pesimismo natural era aliciente para mi. Solo al principio el miedo me venció por segundos, luego ya no lo deje entrar, ni siquiera cuando me pedían que me preparara para lo peor. Si se le antojaba aparecer le pedía a Dios que me sujetara, que me abrazara.
En esos momentos no era la persona mas querida por los médicos, mi fe estaba en Dios, no podía confiar en ellos porque dentro de mis desconocimientos médicos me di cuenta de que no tenían un diagnostico certero, pero no querían reconocerlo. Clínicamente no podía respirar sin ayuda pero no sabían el porque, no entendían como funcionaba todo lo demás y los pulmones estaban tan deteriorados hacían pruebas, pero no obtenían resultados . Mi fe los fastidiaba. Y para colmo mis valores chocaban, bueno estallaban en cada reunión con ellos, yo quería sinceridad, me hubiese gustado un poco mas de humanidad, algo de humildad, pasados unos días ya no me interesaba tanto hablar con ellos, ni siquiera estaba pendiente de todas las veces que pasaban a ver a José. Yo quería proteger mis esperanzas y si ellas estaban basadas en sentarme allí a esperar eternamente mientras me mimetizaba con las rutinas del personal de terapia, eso era lo que haría.
Aun con esas realidades lo despertaron, se complicaron mis charlas, además si estaba un poco desanimada o triste no quería entrar, dormido era fácil hablarle, le contaba cosas que hacia la niña, el perro, yo misma. Le decía en que pensar, y en lo positivo que tenia que ser. Le hablaba de sus vecinos de terapia, de las familias que tenían afuera, de las cosas que hablábamos, yo le contaba como poco a poco todos se iban recuperando. Hasta rezábamos la oración del Ángel de la Guarda cada noche. Despierto no terminaba de saber como iban a ser las cosas. No quería ver a nadie más. Y se ponía algo exigente con las enfermeras. Pero hablábamos por señas, en una prueba de que las palabras pueden llegar a sobrar, me regañaba con los ojos. Pero aun así la condición no cambio. Bueno si empeoro para mi, seguían hablándome de tomar una decisión. Yo soñaba con poder darle el desayuno como a su vecina y hasta hice una fiesta cuando me pidió Martínez que trajera sus cosas de aseo personal. Cada pequeña mejoría era un avance, no dejaba que las cosas simples me distrajeran, nadie me podía decir como se comportaba el cuerpo de José mejor que yo, tiene calor? Es normal, el siempre tiene mas temperatura que yo, en pleno Diciembre duerme sin cobija!, ¿Le bajo a tensión? Seguramente ahora despierto y con todo ese movimiento alrededor, no me extraña, el tiende a la baja siempre y saben que es emocional también. “Preocúpese de lo importante”, me dijo un medico, como si la parte emocional no contara. En eso estaba preocupándome por lo mas importante, por como se sentía y por que fuera positivo en todo lo que pensara, para lo demás se suponía que los tenia a ellos.
Me dio miedo escribirle, pero siempre he creído en el poder de mis pensamientos, en ese influjo casi mágico que se imprime en la palabra escrita, como si poniendo las cosas en tinta y papel ocurrieran. O por lo menos resultan más tangibles que las que se esparcen en el aire. Así que cuando no podía entrar le escribía.
Una mañana una chica decidió que el estaba listo para respirar solo. Temblé. Pero ella lo gestiono todo y en un abrir y cerrar de ojos, dieron con lo que le estaba consumiendo el oxigeno: un hongo que apareció en el examen de sangre exactamente cinco días después de su ingreso. La primera vez lo vi semi-sentado en la cama, por un ventanita de la oficina del doctor, al que en un ataque de efusividad abrace.
Lo demás vino solo, esa fuerza que los médicos no se explicaban como la había conservado lo llevo a que le dieran su primera alta, y a que se recuperara con la ayuda de lo que yo llame despectivamente: el anti-hongo.
Si, soy distinta no se exactamente el porque, tampoco lo puedo precisar, Dios me dio la oportunidad de sorprenderme a mi misma, de desarrollar la paciencia para cubrir las esperas sin dejar el mas mínimo recuerdo de su paso, no es igual que esperar turno en la cola del banco, por lo menos allí de una manera u otra sabemos cuanto tiempo va a durar en esto no existía tiempo limite, para alimentar la esperanza me dio la fe y la oración, rece mucho y a tantos santos, a la Virgen, aprendí a rezar el rosario de verdad, modestamente, me dio la oportunidad de conectarme con el cambio fuera lo que fuera. Me enseño mis fronteras sin los limites, y el amor con una perspectiva de profundidad que no había conocido antes, con el prisma excepcional de que cuanto mas daba mas tenia, y rota esa regla tan mía, me refugie en el. Nunca me he sentido mas amada, en los brazos de mi familia dispuesta como siempre a sostenerme, a darme fuerzas a reservarse para mi. Ellos también fueron pacientes porque la tensión acumulada de los días me dejo de pronto sin algunas perspectivas y muy, muy susceptible, caprichosa y peleona. Confió en que me perdonaran. Si sirve de algo los eventos sucesivos en lo concerniente a José, les dieron por completo la razón.
Con el paso de los días, se nos hizo fácil dejar atrás los primeros miedos, las noches sin dormir completamente, hasta el temblor, que nos sorprendió una madrugada mientras veíamos televisión. No pasó a ser más que una anécdota divertida. Una vez en casa todo ha ido poco a poco normalizándose, y era en esta clase de normalidad en la que pensaba cuando me repetía que no hay nada ningún evento, que dure mil años, todo tiene su tiempo establecido, y en los términos de Dios se resuelve.

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