Tuesday, April 04, 2006

Un buen libro, ayuda...


Boda el viernes, es decir hoy, ¿hora?, Siete y treinta de la noche, hace una semana me doy cuenta que mis mechas rubias no van a llegar hasta el día de la fiesta, tengo raíces de color castaño que-se-yo, que es mi color natural, motivo suficiente para un retoque, pero además el resto del cabello luce opaco, con un rubio que tiende a verde de tanto producto que he usado, no me da tiempo de ir a mi peluquería, ensayo varias rutinas desde el lunes, que si hacerme el tratamiento el miércoles, que quizás el jueves sea el mejor día. La mañana del martes me descubro soñando con un cambio de color radical: un chocolate intenso, un color entero. Suspiro, mi código de belleza personal me dice que para las bodas es desaconsejado ensayar cualquier cambio extremo, la novia tiene que ser el centro de todo, y un tinte distinto del que lleva una siempre deja a la mitad de la parentela distraída en otro objetivo: lo extraña que se ve una con el nuevo color, esperan un peinado espectacular, un estilo mas pulido que el de diario pero nada radicalmente nuevo. Pasar la noche explicando las razones por las que ansiaba un color nuevo o un corte nuevo es desperdiciar la fiesta.
Por fin llego el viernes y yo igualita, a escasas horas del evento, comprendo que tengo que pintar esas raíces y ya voy no muy decidida a una peluquería en particular, cuando me recomiendan otra, es por cita, pero no hay mucho problema porque de alguna forma hay un huequito, llego cinco minutos antes de las doce, jurando que me van a atender enseguida, la colorista esta ocupada y me sientan en una silla a esperar, el salón esta abarrotado, los secadores rugen a mil por horas, todo el local esta lleno de mujeres conversando, una fila delante de mi : manicuristas en sus banquitos trabajando sin descanso en pies y manos, liman, pulen, cortan, a ritmo frenético, la recepcionista llama a otra clienta “Flor, Flor” por su nombre de pila, la mujer se acerca y la mandan a sentarse en la silla tres, brillantemente decide cancelar el servicio antes, para no tener que abrir la cartera con el barniz de las uñas fresco mas tarde. Nada mas sentarse la señora, la luz pestañea, es decir se va y vuelve al instante, tiempo suficiente para un “ah” colectivo, “hay que esperar que cargue la fase dos para encender los secadores” anuncia la chica de la caja, la misma que llama a las clientas con la hoja del planificador donde todas estamos anotadas. “Esto retrasa todo” dice después, las peluqueras se acercan molestas, las clientas con el pelo mojado se quedan viendo al espejo que tienen al frente desorientadas, por fin todo se restablece.
Entran mujeres embarazadas, muchas demasiadas, creo que es una epidemia.
¿Faltara mucho para mi turno? _ Me atrevo a preguntar treinta minutos después de estar sentada allí, temiendo pasar desapercibida.
_ Señora..._ dice haciendo una pausa hasta encontrarme en su hojita_ pase de una vez
Me lleva al final del salón, por medio del laberinto de secadores, allí esta la chica que me va a atender, decolorando la cabellera de otra señora, la mas larga y abundante que he visto en mi vida, me siento frente al espejo y me pregunto si seria sensato salir corriendo de allí y pagar lo que sea en otro lugar, mi sentido común me salva de tal locura, es viernes, faltan escasas horas para la boda, y aunque sienta en ese momento que no necesito acomodar el color de las raíces del cabello, la verdad es que si.
_ ¿Te decoloras o te echas tinte? _ me pregunta la colorista para distraerme
_ No lo sé yo las pido color miel y ya
Sigue pintando, el papel aluminio primero, separando un mechón grueso, buscando con el peine uno más pequeño, apoyándolo sobre el papel, con cuidado muy cerca de la raíz, pasándole el pincel con mas producto, doblando meticulosamente el papel aluminio, y recomenzando el proceso otra vez con otro mechón, y otra vez, en aquella cabellera infinita de mechones, estoy cansada de esperar, al fin me llega mi turno, la otra clienta tiene que esperar el tiempo reglamentario para que el químico haga su efecto. El trabajo en mi cabeza me parece más rápido, conversamos un poco, lo de siempre cuatro tonterías sobre el cabello en si, los colores, los tratamientos, sale el tema de los niños, le cuento de mi hija, tal vez alentada por las adolescentes rumberas que cuadran una salida para la noche en dos carros con un sin numero de amistades, ella de sus hijos, caemos en otros temas, sobre la dificultad de criar en este convulsionado mundo moderno, no importa si se tiene una hembrita o un varón los peligros y la vida a la que se exponen no tiene sexo.
La clienta que estaba antes que yo se va, las adolescentes se calzan sus cholitas coquetas y se van, la señora con acento sureño que sé hacia las manos, se va, me toca a mi esperar el tiempo en que el tinte hace su efecto, la colorista se va a almorzar, calcula que son veinte minutos ya pasan de las tres de la tarde, me quedo sola en ese rincón con una revista aburrida, toda doblada, descubro que una modelo nació el mismo día que yo, recuerdo a la pintora y ya no quiero saber cuando muere o nace nadie. Me aburro.
La colorista regresa para avisarme que me estaban buscando, voy a la recepción con mis papeles aluminio pegados en la cabeza, quiero salir corriendo, pero cada vez es más difícil, le pido a la recepcionista que cuando por fin me liberen del tinte me hagan las manos y me sequen al mismo tiempo. Contesta si, y me envía a mi rincón, la colorista me examina y me promete que ya me van a lavar, pasan diez minutos mas y no aparece nadie, una chica se sienta en el puesto de la manicurita y se queda enviando mensajes por el celular, los escribe con un solo dedo a toda velocidad. Llega la manicurista y me sonríe. Comienzo a pensar si acercarme otra vez a la caja o quedarme allí esperando. Al fin llegan a lavarme, y le gritan a la señora que me pasen con no-se-quien para hacerme las manos cuando este lista.
No-se-quien no esta en su puesto cuando llego, tienen que llamarla, en eso reparo en una chica jovencita que esta sentada esperando su turno, vestida de verde agua tiene un libro de Isabel Allende en su regazo y parece entretenida y ajena a toda la actividad del salón, me paso un rato hasta que descubro el nombre del libro, al mismo tiempo que llega la chica que me va a secar a mi, pasan a la joven junto a mi, asombrada la veo leer entre los movimientos de las manos que le entrega a la manicurista y los jalones de pelo que le dan para secarle, no puedo quitarle la vista de encima, no entiendo porque, ya casi estoy lista, casi estoy liberada, son las cuatro de la tarde, me duele la cabeza una mezcla del olor al tinte, los nervios de todo ese tiempo invertido y no haber Comido el almuerzo, un libro hubiese atenuado la espera, un buen libro. Me veo al espejo antes de salir, el cabello liso, mas rubio, más largo, me roza la espalda con una caricia suave, me gusta, parezco otra por fuera, y soy yo la misma de siempre.


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