
Soñé...
Hoy soñé despierta contigo, me encontraba en un campo envuelto de verde, con unos niños de cabellos revueltos, tú estabas allí, alto, casi un gigante entre los pequeños que te seguían a todos lados como una sombra. Hacia un poco de brisa, el sol besaba el suelo sin calentarlo, me hiciste una seña con la mano en la distancia y me acerque, entonces una mujer apareció de entre los niños, la cara redonda enmarcada en dos trenzas enroscadas atrás de la nuca sin adornos, con una sonrisa de dientes, sus brazos descansaban a lo largo del vestido de colores vivos entretejidos, parado detrás de mí, apoyas tus manos en mis hombros para presentarnos, dijiste mi nombre y agregaste “es escritora” con un eco que me llego lejano, tan convencido se escucho que sonó bonito viniendo de ti, “me gusta escribir” me descalifique yo en el acto y la señora solo sonrió. “¿Para que estas aquí niña?” Me preguntó. Me quede sin palabras. Antes de contestar vi en sus ojos la tierra, la suya, vi sus sacrificios, las injusticias, su pueblo, sus padecimientos, los lamentos, sus alegrías, me quede en silencio y sin palabras ¿Qué cosa había ido a hacer? Porque solo acompañarte nunca fue la intención “ Vine a escuchar”, le dije por fin comprendiendo y ella me dedica una sonrisa tierna al tiempo en el que me pasaba una mano por la cintura, nos alejamos así en ese medio abrazo caminando despacio sin contar los pasos, escuche de sus labios las historias que me quiso relatar, hasta algunas en un dialecto susurrante que en otro momento no podría haber comprendido, pero allí escuchando con el corazón se me hizo conocido, de a momentos la señora fijaba la vista en un punto inexistente del horizonte y luego esbozaba una sonrisa, ya al final de nuestra platica te observamos las dos correr entre una maraña de niños, a lo lejos, todos tras un balón, me tomó la mano y le dio unas palmaditas, estábamos en paz. Tú te unes a nosotras corriendo, sonriendo, el más niño de todos, me gritas “tu turno” y más bien fue el tuyo de hablar con la señora. Cuando la turba de niños se abría los veía de lejos, ella colgaba de tu brazo y le menguaba la cara de preocupada a sonriente. Al fin se aproximaron a los que jugábamos, yo jadeaba inclinada hacia delante con las manos en las rodillas para atrapar el aire de la última carrera que había dado, “le he dicho_ me anuncio la Dama_ que no te pierda de vista” y los tres sonreímos ante una frase tan amable, los chiquillos se arremolinaron a mí alrededor y tu te acercases. Viendo la punta de mis botas gastadas por un pequeño espacio entre tantas piernitas y zapatos mencionaste sonriendo “Llevas el calzado adecuado”.
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