Mandarinas Dulces
El pulgar derecho busca el centro tanteando. Lo encuentra, clava la uña con un solo movimiento, la carne cede al corte se abre, no sin antes defenderse con una lluvia ácida, el objetivo: caer en el ojo, en el ojo abierto que dirige al pulgar desde la altura del rostro. Un olor a cítrico, a ácido y dulce impregna el ambiente. Se hace agua la boca. En una marea que anticipa el conocido sabor. Todos los dedos deciden ayudar al pulgar para desvestir a la fruta con mas rapidez. Enseña los gajos, pegados unos a otros, arrancan las venas que recorren cada uno, ágiles los separan. Uno va a dar a la boca, uno y una muela lo muerde, deja salir el jugo, los labios se curvean en una mueca de disgusto que no dura sino un instante un gusto dulce antecede al inicial ácido. Antes de que la lengua separe la semilla con pericia, y la arrincone en algún lugar de la boca, reconozco tu recuerdo, llega, o esta allí desde antes, desde que decidí tomar la fruta, hacer la compra, crecer en el árbol, es el registro de tu ultimo antojo, con imágenes que borde para llenar ausencias, para que tus pasos transiten la calle hoy. Tu cabello rubio flota al viento, calzas los lentes, haces un mohín con la nariz que los mueve, miras a través de ellos el edificio de vidrios negros casi espejos, lo tienes al frente, caminas salvando la entrada donde trabajas, última hora de la tarde, vas sola, te detienes, un buhonero moreno y alto, algo risueño te ofrece la fruta guiñando un ojo, te provoca comprar, sientes la garganta algo seca, llevas días con esa sensación. Se te ocurre la idea de que es lo más cercano para refrescarla, te acercas decidida, pides unas pocas, viviendo sola no tiene sentido llenarse de ellas, el moreno las mete en una bolsa marrón, el precio te parece una barbaridad, pero lo pagas, es un antojo, es lo que por fin va a acabar con esa sed eterna que no cesa. Te alejas cargando la bolsa, hurgando en ella, incapaz de esperar hasta llegar al carro, a la casa. Aseguras que el mal comenzó allí, en esa calle, con esa fruta, que en lugar de apaciguar la sed se quedo para siempre atorada en la garganta, repitiendo su perfume, perpetuando en ti su sabor, lo cuentas como si de un síntoma maléfico se tratara, se lo relatas al médico cuando lo llamas para informarle de las novedades, de las malas nuevas, se lo cuentas a tus familiares, se lo dices a tu amiga, me lo dicen a mi hinchada como una pelota, cuando ya no queda tiempo ni siquiera para despedidas.
¿Qué hacías comiendo esa fruta? Al cabo que te gustaban mas las parchitas, que las comías con todo y semilla, a cucharadas directas del casco provocando el regaño del ácido en el paladar de otros, en mi tantas veces de solo verte comerla.
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