EDGAR
He dejado de vivir en el pasado,
cualquiera que sea, abrazando el presente con mi corazón en una asana de yoga.
No hay nada mejor. Pero (siempre hay un pero en mi) ¿No es el presente un
instante que pasa, para convertirse en pasado? Definitivamente si, de manera
que lo aprendido al final del día prevalezca. La clave esta en poner puntos
finales (cerrar capítulos o como quiera llamarse) y borrar para siempre la
frase “Todo tiempo pasado fue mejor” que
nos mantendría encerrados en lo que fue y no en lo que es. La verdad es que el tiempo es tan relativo
que me pone a sudar, solo para explicar lo básico podría tardar siglos (valga
la exageración) y todavía quedarían cosas por decir .
En todo caso, creo que el pasado
deja memorias que nos hacen más fácil el presente, como quedo demostrado el fin
de semana cuando me toco desarmar el modem para ver si podía repararlo y
restablecer el internet en mi casa.
Si Edgar no hubiese estado en mi
vida, estoy segura que no se me hubiera ocurrido ni siquiera pensar en quitarle
los tornillos a ese aparato. Y aunque no pensé en sus ojitos en raya ni una vez en todos estos años, me
guiaron por esa memoria dormida que permite
saber de donde viene cada cosa, en este caso sobre la tarjeta
electrónica una vez que la tuve en frente. Limpie con cuidado esa pelusa que de
manera misteriosa entra en todos los aparatos electrónicos, busque los puntos
de soldadura para verificar que no se hubiera levantado ninguno para después
pasar mi vista sobre los condensadores, transformadores, diodos y circuitos,etc
Y cuidadosamente enderezar alguno, volverlo a su lugar.
Mientras volvía a colocar los tornillos en su
sitio, una vez terminada la tarea, escuche la voz de mi profesor de física a
punto de perder la paciencia al verme en el pasillo con Edgar enrollado en mi
suéter rosa, acunándolo en mis brazos
como un bebé.
_ Como pretenden que encienda ese
voltímetro si se lo pasan arrullándolo.
_ vociferaba mientras abría el
laboratorio y ese ceño fruncido que casi
sujetaba los lentes mientras me miraba negando con la cabeza, tratando de enfadarse conmigo sin mucho éxito, para
terminar sonriendo a mis inventos. No hacia el intento de quitarme a Edgar, así
que el seguía acomodado en mis brazos hasta que me señalaba la mesa para que lo
apoyara ya vencido por mis risitas escondidas ante tanto regaño.
Era el día de la prueba final, me
gusta pensar que era jueves, seguramente en la tarde, cerca de las tres. Un
jueves caluroso, las ventanas
basculantes del laboratorio abiertas y un ventilador en una esquina con ese
sonido plop, plop ,plop, del aspa pegando por un costadito, sin ruidos de la calle que dormía a esa hora. Cinco pares de
ojos puestos en Edgar sobre el mesón. Y el relajado. El trabajo de todos esos
meses. Algunos cruzaban los dedos. Edgar encendía, pero le costaba mantener los
ojitos abiertos y marcar la medición. Unas miradas mas molestas del profesor,
aludiendo otra vez a ese trato de aparato en adopción que le dábamos las chicas
del equipo a Edgar. La cara seria de Gustavo el único integrante masculino del
equipo, al fin sintiéndose comprendido por un igual. Las manos gruesas y algo
nudosas del profesor manipulando al voltímetro como lo que es: un aparato sin
corazón. Unos ajustes aquí y allá. Al fin marca los números. Quedo
listo para usarse y Edgar se quedo a
vivir en el closet del departamento de física del liceo.
**Silvia**
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