Mi nombre es Apodemos Sylvaticus, de los de por estos lados, no sé cuantas veces tatara-nieto del primer Sylvaticus que llego a estas tierras proveniente de unas islas Españolas. Vino en un galeón como los que ya no se ven, cómodamente acostado en un saco de papas.
Del que llego aquí por primera vez solo me quedo el nombre y tres pelos rojizos en el lomo que atraen a las féminas como un imán. Vengo de una familia con pocos apegos, aunque vivimos todos juntos, en cuanto fui lo suficientemente fuerte como para buscar alimento por mi mismo, mamá me dejo a mi aire probablemente para dedicarse a cuidar a otros tantos hermanitos.
Por un tiempo me dedique a lo que todos los demás, afile mis garras en alguna roca, me alimente de brotes y de semillas, disfrute de la temporada de aguacates y de la exquisita temporada de mangos, de la de naranjas no quiero ni hablar, porque esos excesos de vitamina C no van conmigo. Logre escurrirme con los nervios tensándome el cuerpo de las bestias peludas de grandes fauces y de las despreciativas ratas, busque nido y hasta esposa, pero me aburrí, bien decía mamá que yo nací distinto.
La rampa de cemento me atraía, ¿hasta donde llegaría? ¿Qué cosas había después?, Algunos miembros de la familia emigraban a lugares mejores, eso ya lo sabia pero siempre hacia el sur, al otro lado de la pared, donde matorrales gigantescos ocultan abundantes matas de plátanos y cambures, era un mundo conocido, para mi mas de lo mismo lo mío era descubrir mundos nuevos, diferentes lunas, lo malo estaba en que hacia donde yo quería ir iban las bestias todas las noches, así que gastaba los días en inventarme rutas, en atisbar un hueco, un pasaje, una rendija donde encogerme y avanzar hasta llegar.
Al fin llego mi momento, al claro de una luna llena de Octubre, las bestias se quedaron encerradas un poco mas de lo usual, así que subí corriendo, encogiendo las patas traseras y flexionando el cuerpo todo lo que podía, sudando el pelaje en el intento llegue a una palmera gigante, llegue a una puerta amarilla, a una ventana, me entretuve viendo el cielo, oyendo el viento.
No sé cuantas horas quede atrapado, aterrado de dar un paso, de estornudar muy fuerte de no poder salir de allí. Poco antes del amanecer corrí hacia una reja negra, por una manguera que hacia las veces de puente y en el preciso instante en el que mis quince centímetros de cola terminaban de entrar, se encendió una luz que me cegó, luego la vi y ella me vio por una fracción de segundos porque algo en él estomago me empujo a salir corriendo, esta vez me colé por un hueco de la cocina de tres centímetros, una vez del otro lado me quede asombrado de la flexibilidad de mi cuerpo, de la forma que se encoge sin que ni tan siquiera me de tiempo a pensarlo mucho.
Continuara…

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