
Me gustan los Árboles
_ Y ahora, ¿qué voy a pintar? _ pregunto el pintor, mas bien para sí mismo
_ Pinta árboles vistos desde abajo_ respondí al instante inundándome de imágenes gratas.
_ ¿Qué dices? Nunca he escuchado algo tan absurdo.
“Ni tanto” pensé cuidándome bien de cerrar la boca.
Si alguna vez termina uno acostado en la grama bajo un árbol sabe de que hablo, primero se ve un universo de hojas juntas, sometidas a la voluntad del viento, entre sus espacios, entre sus movimientos: Retazos del cielo, rayos de sol que nos dan justo en los ojos un segundo y al siguiente no, guarecida de las inclemencias del clima en su interior, estos guerreros del tiempo me gustan desde siempre hay recuerdos que vienen atados a su verdor y me es imposible separarlos.
Aquel túnel verde de Lezica cada vez que visitaba a mi tío, anunciándome que ya estaba llegando a su casa, árboles enfrentados a lado y lado de la calle, crecieron durante años, entrelazando sus ramas, estrechando su lazo, cerrando un techo natural que visto desde el auto me parecía un tapiz de luces parpadeantes y brillantes.
O quizás deba contarles como aprendí el nombre del árbol que da nueces: Llegue a esa casa vieja en La Plata y él estaba allí, entristecido en el patio trasero, muriendo sin que nadie se atreviera a terminar con su agonía, tenia un tronco robusto, pero ajado tanto que nos daba miedo tratar de subir por el, apoyados en una rama oíamos su crujido interno, daba la impresión de querer desplomarse sobre si mismo a diario, y todos sus frutos estaban llenos de telarañas, sin embargo estuvo allí, nos observó todo el verano jugando en la piscina dándonos la poca sombra que proyectaba al estirar sus brazos, nos escondió en nuestros juegos de las tardes y se dio tiempo de conocer a nuestro pequeño perrito en navidad. Me gusta pensar en él, dueño y señor del pequeño patio trasero.
Evocar los árboles de Aragua, los que están en la vía, con ese verde tan desbordante, con esos troncos tan robustos y vitales, uno tras otro a la orilla del camino, anuncian la entrada a la tierra de héroes, centinelas incansables de marrón y verde, decorando el cielo azul con sus copas, refrescando el sofocón de la tarde, el bochorno constante de la noche.
Me da la impresión de que siempre han estado allí, aguardándonos, arrojados a tantas historias. Desde el mismo momento en que Eva cayo en la tentación con ese inocente manzano, o mucho antes, cuando no sabíamos todavía referirnos a nosotros como seres humanos. Refugio y morada de todos los seres alados de los cuentos, de algún oso travieso despistado en el bosque, de las criaturas más fuertes y de los más frágiles por igual.
Me gusta ver sus siluetas cuando amanece, desde el gris sin prisma hasta sus ostentosos verdes, me gusta ver su silueta contra el cielo azul, fragmentada en miles de hojas que se mecen con el viento, me gusta ver su resistencia a las tormentas, esa voluntad férrea de dejar por sentado que de esas raíces no lo mueve nadie aunque en el intento sacrifique algunas ramas. Me gusta ver su alboroto ante él roció mañanero, ante la lluvia fresca, que le sirve de baño para tanta tierra acumulada en sus hojas y al mismo tiempo le calma la sed.
Me gusta saber que estaban aquí antes que yo, y que estarán después, aunque reconozco que cada día su supervivencia es más difícil, no a todos le gustan los árboles como a mí.
Silvia
No comments:
Post a Comment