
A mitad de semana, un miércoles, el despertador suena 5:20, trato de abrir los ojos ¿ya tan pronto se termino la noche? ¿A dónde fue a parar, que ni recuerdo haber descansado? Me lleno de imágenes de un sueño que se esfuma, trato de atraparlo para descifrarlo entre tanto mi pie derecho busca a tientas la chola que deje anoche cerca de la cama, podría pararme descalza si el piso no estuviese tan frío a esas horas, me resigno a perder las dos cosas: el sueño y la chola.
Camino hasta el baño, me cepillo los dientes evitando el espejo, lo menos que necesito a esa hora son las auto-criticas reglamentarias que le hago a la eficiencia de la crema de noche o a mi poca habilidad para secarme el cabello y dejarlo liso. Regreso al cuarto por un suéter, el franelon es insuficiente para hacerle frente a estos inusuales fríos ¿qué no es casi Carnaval ya?
La cocina me espera en las mismas condiciones en que la deje, los corotos de la cena fregados escurriéndose eternamente en una pila en equilibrio digna de un circo, abro el mueble buscando la cafetera, para descubrir que esta justo debajo del circo, es decir de la pila, saco todo minuciosamente, y la tapa de una olla se desliza por un costado cayendo al piso con un estruendo ensordecedor, espero que alguien grite: ¿qué paso? Desde la habitación, pero no sucede, el sueño lo tienen profundo, llego al fin a la cafetera y preparo el café, entre tanto me preparo para beberme el vaso de agua en ayunas esta vez con linaza que dejo reposando desde la noche anterior, hemos descubierto mi amiga y yo que la linaza ayuda a adelgazar y también que somos las únicas que no lo sabíamos en...toda la ciudad. Me bebo eso sin pestañar, respirar o saborear. Sirvo el café en dos tazas y en una tercera mezclo chocolate, preparo mi desayuno para llevar: un sándwich de jamón y queso y una bolsita de té. Corro a despertar a los niños, que ya no lo son tanto y podrían tener su propio despertador cada uno.
En los siguientes quince minutos, todo se vuelve una lucha de poder, poder entrar al baño primero a maquillarme, poder tener el espacio del espejo mas favorecedor, poder echarme cualquier potaje extraño sin que nadie me pregunte: ¿mamá para que es eso? ¿te has dado cuenta de cómo huele?, cinco para las seis logro bajar a calentar el carro, si calentar no pensaran que esa mascota con cauchos que me presto José Luis va a salir así de una vez, ella necesita su tiempo, así que salgo de la casa, encierro a los perros (que ya me esperan en la puerta) enciendo el motor de la camioneta, abro el vidrio de la puerta del conductor y el seguro, porque aprendí con las películas que los carros encendidos se cierran solos y traen problemas, subo a quitar el candado del portón y a buscar mi cartera, mi libro, y el desayuno, de paso apuro a la niña, que lucha por ponerse los zapatos en medio de un paso de baile complicado, “Ya voy” me contesta con eco y molesta. Bajo a buscar el carro, le doy la vuelta como una experta (como nadie me ve a esa hora soy perfecta) llego arriba y tengo que tocar corneta, la niña sale esta mas molesta todavía y por fin nos vamos.
Como salimos 10 minutos tarde, la cola esta mas fuerte en la autopista, el carro verde del canal izquierdo ha decidido que yo no voy a pasar ponga la luz que ponga, la niña le sube el volumen al radio, y me habla de sus cosas, y canta las canciones de su mp3. Yo no escucho nada, entre la música, las cornetas de los carros, los ruidos achacosos de la mascota que cargo y lo que dice ella, me grita”Sorda” y me colma, apago el radio y le explico que así no se puede, que tiene que ser una cosa a la vez y que si quizás me este quedando sorda, pero no es vejes sino un síntoma de auto-defensa del cuerpo.
Dejo a la pequeña en el colegio, previa pelea de por que puerta va a entrar, apago la música que había vuelto a encender y rezó, y doy gracias, y me lanzo en un rosario de dedos con avemarías entre luces de semáforo frenadas y aceleradas.
Enciendo el radio y busco música que me guste a mi, me inspiro sin mucho éxito, porque para eso nada mejor que mi propio carro, cruzo la autopista en una burbuja de pensamientos y procuro que ninguno tenga que ver con la agenda de cosas por hacer, preparo el cambio para comprar la prensa en un semáforo, la chica me saluda como a una conocida ¿lo somos o no lo somos? Digo yo soy la señora de la camioneta que compra la prensa y ella la chica que me la vende, ni siquiera sabemos los nombres, ni hace falta, me saluda siempre de buen animo, incluso desde su impermeable amarillo, le deseo un buen día y una buena venta, ella igual, en ese punto coincidimos ciertamente, ambas estamos de buen humor.
Llego a la oficina, en una hora solitaria, me espera mi escritorio gris, mis fotos, mi hortensia artificial y arrinconada, preparo té, echo un ojo en mi correo electrónico y otro en la Internet, repaso brevemente lo que voy a hacer durante el día y me coloco una meta, dependiendo de en que consista el trabajo, se que si llego le voy a subir gradualmente la cantidad de tareas de manera que siempre este ocupada, levanto una carpeta y cae un poema ya terminado, no importa lo que haga durante el día, la de los papelitos escondidos en cualquier lugar soy yo, la que anota tres frases entre una luz roja y una verde, la que colecciona palabras y frases como si se tratara de estampillas.
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