ANGUSTIA.

Angustia no llama, no pregunta, llega y se instala silenciosa. Le gusta vivir en mi garganta donde desliza su mano abierta en una caricia vacía y va cerrándola despacio con los días, un poco cada vez hasta que me arranca un suspiro ahogado sin dirección.

He sabido que según el inquilino Angustia escoge el rincón para vivir, se siente cómoda en la garganta, en el estomago, en el pecho, su condición es poder oprimir.

Ella hace rondas todo el tiempo, se agazapa en cosas pequeñas, insignificantes, cosas diarias, le gustan las decisiones pendientes, los conflictos y un poco menos el desamor, porque si se apresura a hacerse visible las cosas se precipitan hacia cualquier extremo y entonces ella pierde fuerza, se debilita y desaparece.

Si Angustia se siente débil no vacila en buscar ayuda, cualquier cosa antes que tener que irse. Culpa, es su inseparable, siempre esta dispuesta a brindarle sus recursos para que las células de Angustia se regeneren y florezcan. Quien no tiene esa llamada que no hizo, ese beso que no dio, esa palabra que no dijo o la que dijo fuera de lugar. Culpa no tiene punto medio, esta entre lo que debería hacerse y no se hace y lo que se hace y no debería hacerse. Angustia bate las palmas emocionada cuando acude en su auxilio, sabe que después de que Culpa se valla ella ocupara su lugar sin cuestionamientos.

Miedo y Complejo llegan cada quien por su lado y se juntan tapando el sol, entonces, Angustia se convierte en un rió subterráneo que avanza socavando todo lejos de la superficie, debilita corazones, extingue voluntades, quema, vence, aprieta, se instala, se saca los guantes, se pone las pantuflas se sienta en el alma y espera.

Ella llega, no me gusta, no la recibo, pero esta, cada intento de desprenderla solo consigue aferrarla mas, pruebo el mantra aquel que repito mil veces, pruebo las olas del mar, llegar a la raíz misma del problema y ella sigue allí, apretando.

Se me ocurre voltear la mirada hacia otro lado, se me ocurre convertirme en su espejo, considerarme su aliada, si va a vivir apretando mi garganta que no sea yo la que le sostenga la mano, la que le afirme la existencia, se me ocurre no pensar en ella, ignorarla, hasta que amanece otra vez, hasta que el día vuelve todo luz, hasta que los grises huyen y se asoma el sol, me despierto en el verano sin preguntarme donde quedo el invierno.

Angustia se ha ido con el mismo sigilo con el que llego.

No debo, pero me pregunto ¿Por cuánto tiempo?

Silvia.